Formo parte de una generación cuya infancia estuvo signada por los sistemas analógicos en todos los ámbitos de la vida: la comunicación, los hábitos cotidianos, la educación, el trabajo y el entretenimiento. La analogía atravesó nuestra forma de aprender, relacionarnos y emocionarnos. De más grandes, fuimos incorporando la tecnología a nuestra cotidianeidad. No obstante, los últimos años han sido explosivos y la pandemia aceleró este proceso.
Hoy en día, estamos interpelados por una novedad: la inteligencia artificial. La IA implica el desarrollo de sistemas y programas capaces de realizar tareas que normalmente requieren de la inteligencia humana. Busca simular el comportamiento inteligente, como el razonamiento, el aprendizaje, la percepción, el reconocimiento de voz, la toma de decisiones y la resolución de problemas.

Soy psicóloga de profesión pero, sobre todo, soy curiosa. Me pregunto cómo este cambio va a incidir en mi práctica profesional. ¿Cómo se transformará la práctica clínica?
Sin caer en lugares nostálgicos, de que todo tiempo pasado fue mejor, trabajo en un ámbito donde el cuerpo y la palabra tienen una fuerza inigualable. Son herramientas para contener, acompañar e incluso, transformar la vida de nuestros pacientes.
Hasta hace unos años, la presencia del analista tenía ese vigor. Eran pocos los casos que se trabajaban telefónicamente y la atención virtual era más bien escasa.
La pandemia obligó a revisar nuestro trabajo, abriéndonos a nuevas posibilidades y cediendo en las formas tradicionales. La práctica se diversificó, conviviendo la modalidad virtual con la clásica. Nuestra presencia tomó una nueva forma y nos adaptamos a un modo que también tiene sus beneficios. Trabajamos con la palabra a través de una pantalla. El cuerpo se mediatizó, pero la palabra del analista-aún- persiste.
Cuando nos empezamos a acostumbrar a una nueva modalidad, llegó la inteligencia artificial. Y mal que nos pese, llegó para quedarse.
Hace poco volví a ver la película HER (2013), de Spike Jonze, que había visto hace diez años atrás. En aquel momento, lo que proponía parecía imposible: el protagonista se enamoraba de un software con voz femenina, Samantha. Hoy mi mirada es diferente, no sólo porque mucho de lo que nos cuenta sucede sino porque lo que resta no parece tan lejano de ser real.
La trama cuenta la historia de una persona, que atraviesa un duelo tras una ruptura amorosa, y encuentra compañía y contención en una inteligencia artificial. Además, a través de esa relación, el protagonista se transforma y toma las riendas de su vida.
Si pensamos la relación terapéutica como la relación de amor entre una persona y la IA, ¿es similar al amor de transferencia?
La película revela que el cuerpo podría no ser necesario. Bastaría sólo con la voz. Eso no es una novedad. La práctica terapéutica, a veces, consiste en una comunicación telefónica. A su vez, redobla la apuesta porque las palabras de la IA alivian el sufrimiento del protagonista y lo impulsan a tomar decisiones.
Durante estos años, en la relación entre dos- analista y paciente-, llamada transferencia, el cuerpo y la palabra del analista tomaron una forma y un alcance diferente. Pero esta vez, se suma un rasgo que parecía imposible: están desprovistas de lo humano. Una de las frases célebres de Sigmund Freud, destacaba que la ciencia moderna aún no había podido producir un medicamento tranquilizador tan eficaz como unas pocas palabras bondadosas. Freud deslizaba que, detrás de esas palabras, estaba la presencia del analista.En la actualidad, esta frase toma otro valor y moviliza un rasgo de la práctica profesional que, hasta el día de hoy, no había sido interpelada.¿Qué pasará si detrás de esas palabras bondadosas hay IA? Puede que el punto de fuga de esta encerrona sea la fantasía, hoy estrictamente humana. Sin embargo, cabe preguntarse ¿hasta cuándo?
Me pregunto si es posible atravesar un duelo solamente con la compañía, contención y acompañamiento de la IA?
Un analista no es un amigo ni alguien que aconseja.. Es quien no tiene respuestas ante el padecimiento de un sujeto, pero sí tiene una escucha y realiza intervenciones con el objetivo que el paciente pueda trabajar y dar otro/s sentido/s a su dolor confiriendo efecto de significación a una pérdida. Yo situaría aquí el punto de fuga ya que IA sólo puede resolver (?) problemas cognitivos asociados a la inteligencia humana forcluyendo lo propiamente subjetivo.
Hola! Sí, pienso que quizás el lugar del analista como semblante, hoy en día, resultaría irremplazable.
Aclaro que esto es hoy porque los avances en esta materia son tan explosivos, que podría llegar el momento donde incluso esa función podría llegar a encarnarse desde la IA.
En el mientras tanto, me parece que reflexionar y asumir que la IA llegó a nuestras vidas, son pasos fundamentales para pensar nuevos formatos, nuevos motivos de consulta, nuevas problemáticas, nuevos síntomas, nuevos padecimientos.