Hace unos días pudimos leer en los portales de noticias que Meta, la empresa dueña de Facebook, Instagram y WhatsApp, había desbaratado una campaña global del “régimen” Chino para desinformar en internet. Según contaban el operativo denominado “Spamouflage” pretendía instalar en las redes las bondades de China a la vez que difundía opiniones negativas sobre Estados Unidos.

En principio, al tomar contacto con estos contenidos, surgen una serie de reflexiones acerca de cómo se manejarán los criterios de veracidad en el futuro en relación a las redes sociales y la inteligencia artificial. En este artículo, se intentará abrir algunas perspectivas que nos permitan delinear un panorama futuro con el cual inevitablemente tendremos que lidiar.
Lo primero que hay que decir es que los medios digitales tienen algo así como una orfandad de autoría inevitable. Por ejemplo, en la medida que tecnologías como ChatGPT se vuelvan más inteligentes para generar contenidos tendremos, cada vez más, informaciones salidas de estas aplicaciones. Y teniendo en cuenta que hoy en muchos portales o bien nadie firma las notas o bien uno se encuentra con nombres imposibles de rastrear, es difícil pensar que estas posibilidades de generar contenidos automáticos no serán utilizadas.
Luego está la cuestión de la definición ideológica de la tecnología y de sus producciones. En el capitalismo globalizado, es ingenuo creer en la inocuidad de las redes sociales y las IA. Pero no, como se suele decir porque sirvan a un tal gobierno, sino porque como sucede con cualquier discurso hegemónico, éstas tienden a promover sentidos comunes instalados que son, sí, funcionales a un determinado esquema de distribución del poder. Entonces esto nos plantea, por ejemplo, en el caso de los países del mundo en desarrollo, cómo nos vamos a relacionar con estos discursos hegemónicos desde nuestras propias culturas. Cómo lidiaremos con los procesos de aculturación futuros, desde una posición de absoluta desigualdad simbólica. O bien, podríamos pensar si las redes sociales permitirán infiltrar nuestros sentidos en las grietas que el esquema establecido deja.
Lo que parece haber hoy, en concreto, es una guerra por el sentido en las redes sociales. La guerra fría actual, la nueva batalla cultural está planteada en los términos de la desinformación. De un lado, los países de Europa y EEUU generando contenido que busque inclinar la opinión pública en contra de lo que ellos denominan “regímenes” y que, circunstancialmente, resultan ser sus adversarios geopolíticos como China, Rusia, Irán, etcétera. Del otro, éstos mismos gobiernos planteando lo opuesto. Como es usual, los imperios no batallan en sus propias patrias y es por esto que el nuevo escenario son las redes. Y la batalla se extiende a los productos que controlan toda esta tecnología, cada modelo intenta que el mundo adopte sus productos como parte de la penetración de su propia ideología.
Pero hay otra cosa más, quien denuncia la operación no es un gobierno, sino Meta. Es una empresa privada la que publica que ciertos contenidos y no otros son spam o falsos. Dice Meta, que estas publicaciones eran emitidas desde usuarios falsos en redes y buscaban “influir positivamente en la gente”, a lo que deberíamos preguntarnos, que es sino una campaña publicitaria o toda la historia del cine que consumimos. Es necesario ahondar en estos sentidos comunes para que entendamos que consumir cualquier contenido implica hoy más que nunca un ejercicio de razón critica. Hay un cierto riesgo en esto de tratar con liviandad algunos temas que son sensibles (como es común ver en los noticieros actuales que tratan temas de agenda importantes para nuestro país y a continuación noticias irrelevantes del espectáculo sin más como si tuvieran el mismo peso informativo). Entonces ¿qué significa que Meta, una gigante tecnológica norteamericana que ha tenido importantes acusaciones respecto de violaciones de la privacidad y manipulación de datos para la política publique que China está haciendo exactamente lo mismo? Es decir, no se trata de asumir la defensa de nadie sino más bien de acercarnos a las noticias teniendo en cuenta que el escenario futuro, en el marco de lo que llaman la posverdad, es incierto. Los relatos circulan fragmentados, descontextualizados, hay un enorme bombardeo de contenidos y la inteligencia artificial viene a agregar un condimento que ha ido germinando y es de temer quien coseche esa siembra: una gran potencia de hacer pasar lo falso por verdadero, lo ficticio por real. Muchos no podrían distinguir una foto real de una artificialmente generada máxime cuando el consumo de estos contenidos es cada vez más al paso.
La verdad es eso que está en todos lados y en ninguna parte, es como la veta de un mineral en la montaña: en tiempos de crisis comunicacional, más que nunca debemos estar atentos a qué, cómo, cuándo se dice y quién lo dice, desde qué lugar, bajo qué intereses.
De hecho, un ejercicio de consumo crítico es ver qué adjetivos se usan en relación a un tema, qué sentidos decantan de cada nota o qué imágenes acompañan la noticia. También en que sección o junto a que otras noticias están publicadas. Pero el sentido es un constructo que lleva un tiempo en formar y los mecanismos para hacerlos deben ser sutiles para no generar rechazo por quien lo consume.
Esta semana un noticiero mostraba que hay equipos técnicos trabajando en una suerte de marca de agua que se implantaría en las imágenes para detectar cuándo éstas fueron generadas por IA. No es sopa lo que se viene.
Por supuesto que la potencialidad positiva de la tecnología también existe, así como sus chances artísticas. Pero es preferible dejar que esa faceta suceda sola, total, si sucede conviene. El problema está en la otra faceta, en malas manos. Por ello no cuesta nada estar atentos a esto que venimos hablando.
La ciudadanía es algo más que votar o tener capacidad de compra. La democracia, la soberanía, la cultura, nuestras economías, todas estas instituciones que sostienen nuestros modos de vida serán interpelados en el futuro.